En el año 2020 escuché una conferencia donde citaron una frase que me gustó mucho: “el desierto es un lugar de mucho valor para Dios y de poco valor para el hombre”.
Comprendí que, más que solo un conjunto de palabras articuladas, era una realidad. Medité mucho tiempo sobre eso, leí algunos libros de autoayuda, algunos de psiquiatría, uno que otro biográfico. Finalmente encontré similitudes en esas lecturas sobre los desiertos.
Descubrí que los actores o protagonistas de esos escritos fueron puestos a prueba en determinados periodos de su vida. Al captar este factor de conducta natural pude comprender que -en lo personal- yo también pasé por esos periodos de desierto entre el 2007 y 2008.
En mi introspección noté que ese tiempo de desierto me aportó, pues en él afloraron ideas, tuve una comprensión de temas simples en mi vida que antes pasaban desapercibidas y comencé a quitar valor a situaciones, hechos, cosas y personas que no debían tener significado.
Incluso, comprendí que muchas personas que estaban a mi alrededor no aportaban y empecé a propiciar rodearme de personas nuevas –es más, varias estuvieron siempre, pero yo no las notaba–y situaciones más enriquecedoras.
Me adentré a leer sobre los desiertos y su papel en la historia de la Biblia, donde se detalla que el pueblo judío anduvo 40 años perdido para llegar a la tierra prometida. Recuerdo bien que en esa conferencia que pone el tema sobre la mesa, surgió el detalle que el pueblo judío dio vueltas alrededor del desierto, pero si hubieran ido en línea recta el viaje hubiera sido de unos cuantos meses.
Creo que el desierto nos puede sacar de la zona de confort, obligarnos a dejar de escuchar el ruido que acalla nuestra alma (voz interna), nos saca de base y nos lleva a un punto de autoanálisis de donde pasamos de lo que era negativo a recibir algo positivo. Parecido a lo que la física hace en los alerones de los aviones al despegar: la fuerza negativa sustenta el vuelo del avión.
Quizá años de observación, estudios de física, ensayos de prueba o error y largos días que parecían desierto provocaron que los hermanos Wright, el 17 de diciembre de 1903, sustentaran el primer vuelo por avión.
Naturalmente fui comprendiendo que los desiertos son temporales, a veces necesarios y con un sentido de autoayuda. Todos nos llevan a apreciar el oasis, es así como noté que en la cima no se puede vivir siempre, allí el aire es denso, hay que bajar por un tiempo a tomar aire y continuar en la búsqueda del oasis.
Metafóricamente cada uno debe comprender su propio desierto y oasis, abrazarlos como parte del proceso y cuando lo hagamos podremos disfrutar un excelente fin de año y un gran 2024.
Desierto un lugar de mucho valor para Dios, poco para el hombre.
CaE.